Por Juan Carlos Adriazola Silva
En la historia del arte peruano, el pintor Ignacio Merino y Muñoz marca el inicio de la etapa de nuestro arte pictórico de acuerdo a los cánones academicistas del mundo europeo del siglo XIX. Don Ignacio Merino fue hombre gran temple, férreamente disciplinado y de exquisita sensibilidad, quien, desde su atelier parisiense, se hizo, primero, célebre en el Viejo Mundo y, muy posteriormente, en el Perú. La ciudad de San Miguel de Piura debe enorgullece de ser la cuna de tan insigne pintor, que nació el 30 de enero de 1817 en la hoy calle Tacna Nº342 del centro de la ciudad.
La época en que Merino vio la luz fue convulsa, pues ya empezaban a brotar en el Perú las primeras manifestaciones libertarias del dominio español que más tarde culminarían con la Independencia. Sus padres fueron don José Clemente Merino de Arrieta del Risco y Avilés y doña Micaela María Muñoz de Ostalaza, Cañete y Ríos, aunque ambos pertenecían familias trujillanas de abolengo, ellos se encontraban viviendo en nuestra ciudad, porque don José Clemente se desempeñaba como juez real, subdelegado y comandante militar del Partido de Piura. Durante su estancia piurana, doña Micaela alumbró a un niño, que bautizaron en la Iglesia Matriz, el 9 de febrero del año de su nacimiento, como: José Ignacio María Pedro Nolasco Ramón Merino y Muñoz.
Luego de terminar las primeras letras, el pequeño Ignacio empezó a dar muestras claras de su inclinación por el dibujo y la pintura. A los diez años, su familia lo envía a estudiar a la Ciudad Luz, en donde empezó el bachillerato. La pasión por la pintura fue en aumento así como el afinamiento de su gusto estético, lo que le llevó a buscar maestros idóneos. Es como tuvo contacto con los ateliers de Monvoisin, Delacroix y Delaroche. Su permanencia en Europa le permitió viajar y conocer museos en los que se deleitó apreciando a los grandes maestros del arte universal antiguo y los de su tiempo, que entonces oscilaban entre el neoclasicismo y el romanticismo.
En 1841 retorno al Perú, en donde fue director de la Academia de Dibujo y Pintura de Lima , hasta 1846. Tuvo como discípulos a quienes serían más tarde destacados pintores nacionales: Francisco Laso, Luis Montero, Masías y Arrese. De estos años son su cuadros: “Tapadas en el Portal”, “La Jarana”“La entrada del general Orbegoso a Lima”, “Fray Martín de Porras” y algunos otros con temática sobre costumbres limeñas. Fue retratado en Lima por el viajero y pintor alemán Mauricio Rugendas.
Decepcionado del bajo nivel artístico que se practicaba en la capital peruana, viajó de retorno a París. Allí ingresó a estudiar en el taller del pintor romántico e historicista Paul Delacroix. Su mayor obra creativa pertenece a esta época: “Colón ante los sabios de Salamanca”, “La Aparición del Ángel a Tobías”, “La resurrección de Lázaro”, “La venganza de Cornaro”, “La Lectura del Quijote”, “La Cena de Emaús”, “Apertura del Testamento”, “La Venta del Collar”, entre otros lienzos.
Merino murió de tuberculosis, en París, el 17 de Marzo de 1876. Sus restos descansan en la capital francesa, en el famoso Cementerio de Pére Lachaise. Se espera que algún día el Estado peruano los repatrié, para formar con ellos y con los otros muchos el panteón de los hombres y las mujeres que nos han dado gloria en las Bellas Artes.
Merino nunca contrajo nupcias ni tuvo descendencia conocida. Al testar legó 52 de las obras pictóricas de su atelier personal a la Municipalidad de Lima (exhibidas en Piura de forma extraordinaria el 10 de octubre de 1964). Parte de su fortuna la destinó a su tierra natal, con la cual se construyó el primer puente de fierro que tuvo Piura (hoy conocido como “Puente Viejo”), la pila bautismal de la Catedral y otros valiosos muebles. Hoy en día, algunas de sus obras maestras, pueden observarse en el Museo del Banco Central de Reserva de la Plaza de Armas, en el Club Grau y en la Catedral de Piura. No se ha valorado en justicia todo el aporte de Merino al arte peruano. Este 194º aniversario de su natalicio bien puede ser el principio para comenzar a hacerlo.