domingo, 13 de marzo de 2011

Día Internacional de la Mujer 2011

                               

                                                                         Por:Juan Carlos Adriazola Silva



La idea de un Día Internacional de la Mujer surgió al final del siglo XIX, en plena Revolución Industrial y durante el auge del movimiento obrero. La celebración recoge una lucha que tiene una larga data, pues, según afirman algunos sociólogos, sus primeras manifestaciones se remontan en la Antigua Grecia y llegan hasta la Revolución Francesa, en donde las mujeres parisienses pidieron a gritos "libertad, igualdad y fraternidad"; pero no sería sino hasta los primeros años del siglo XX cuando comenzó a proclamarse a viva voz, desde diferentes organizaciones internacionales de tendencia comunista y socialista, la celebración de una jornada de lucha específica para la mujer y sus derechos sociales.

El Día de la Mujer  (o llamado con propiedad el Día Internacional de la Mujer Trabajadora) se celebra el  8 de marzo de cada año, y esta fecha es reconocida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como efeméride importante a tener en cuenta en los calendarios cívicos de los países signatarios de dicho organismo, pues en este día se conmemora la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo integro como persona.

El primer triunfo de esta lucha, se encuentra en la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague, en 1911, la cual  proclamó el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, a propuesta de la dirigente  alemana Clara Eissner (o Zetkin, como fue conocida en ruso por su apellido de casada) como una jornada de lucha por los derechos de las mujeres. La propuesta fue aprobada unánimemente por la conferencia de más de 100 mujeres procedentes de 17 países, entre ellas las tres primeras mujeres elegidas para el Congreso de Finlandia.

Desde entonces otros avances importantes se dieron a nivel internacional, tal es el caso de la firma de la Declaración de Beijing y su Plataforma de Acción, como resultado de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en la capital de China en 1995. Esta lucha de las mujeres trabajadoras todavía no ha terminado, pues en muchos países, sobre todo del África y Asia, aún no se les reconoce sus derechos fundamentales como personas, con toda la dignidad que ellas se merecen por su condición de seres humanos, y, por tanto, se les mira como ciudadanas de tercera o cuarta categoría

Como  bien ha recordado el Secretario General de las Naciones Unidas Ban Ki Moon: “La igualdad de las mujeres y las niñas constituye también un imperativo económico y social urgente en nuestras sociedades. Hasta que no se logre liberar a las mujeres y las niñas de la pobreza y la injusticia, todos nuestros grandes objetivos como comunidad internacional —la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible— correrán peligro”. Es imprescindible que nosotros también colaboremos, desde Piura, tanto como personas individuales cuanto como instituciones organizadas en esta noble tarea, que redundará en toda la sociedad en su conjunto.

Por otra parte, nuestra fe cristiana nos dice que la mujer es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, y tan igual que el hombre, dotada de razón y de libertad, de inteligencia y de voluntad. Y en ese sentido, como solía decir Juan Pablo II: “puede ser también dominadora de cuanto existe en el mundo”. Por este motivo, la mujer no puede convertirse en objeto de “dominio” y de “posesión” de ningún ser. La mujer es también sujeto de Derechos, con sus particularidades que le son propias por su dimensión femenina, entre ellas la maternidad. No olvidemos que venimos al mundo a través de una mujer, y nuestra especie se perpetúa por ella.

En este sentido, nos sentimos jubilosos que en este siglo XXI que nos ha tocado vivir, se le dé a la mujer el verdadero sitial que le corresponde por su naturaleza particular. Por eso es que el desarrollo humano y la calidad democrática de los pueblos y de los Estados modernos se miden, entre otros criterios, por el avance efectivo que se da para lograr la equidad de género, esto es que hombres y mujeres puedan compartir la misma base de derechos y oportunidades en todos los ámbitos de la vida pública y privada. En ese sentido, nuestro compromiso social debe ser luchar por derrotar toda clase de discriminación  y violencia contra la mujer. Sólo así aseguraremos que nuestra sociedad se fortalezca y desarrolle en el futuro.

 


miércoles, 2 de febrero de 2011

Recordando a Ignacio Merino en el 194° de su nacimiento



                                                                           Por Juan Carlos Adriazola Silva

En la historia del arte peruano, el pintor Ignacio Merino y  Muñoz marca  el inicio de la etapa de nuestro arte pictórico  de acuerdo a los cánones  academicistas del mundo europeo del siglo XIX. Don Ignacio  Merino fue  hombre  gran temple, férreamente disciplinado  y de exquisita sensibilidad, quien, desde su atelier parisiense, se hizo,  primero,  célebre en el Viejo Mundo y, muy posteriormente, en el Perú. La ciudad de San Miguel de Piura debe enorgullece de ser la cuna de tan insigne pintor, que nació el 30 de enero de 1817 en la hoy  calle Tacna Nº342 del centro  de la ciudad.
La época en que  Merino vio la luz  fue convulsa, pues ya empezaban a brotar en el Perú  las primeras manifestaciones libertarias del dominio español que más tarde culminarían con la Independencia. Sus padres fueron don José Clemente Merino de Arrieta del Risco y Avilés y doña Micaela María Muñoz de Ostalaza, Cañete y Ríos, aunque ambos pertenecían familias trujillanas de abolengo, ellos se encontraban viviendo en nuestra ciudad, porque  don José Clemente  se  desempeñaba como juez real, subdelegado y comandante militar del Partido de Piura. Durante su estancia piurana, doña Micaela alumbró a un niño, que bautizaron en la Iglesia Matriz, el 9 de febrero del año de su nacimiento, como: José Ignacio María Pedro Nolasco Ramón Merino y Muñoz.
Luego de terminar las primeras letras, el pequeño Ignacio empezó a dar  muestras  claras de su inclinación por el dibujo y la  pintura. A los diez años, su familia lo envía a estudiar a la Ciudad Luz, en donde empezó el bachillerato. La pasión por la pintura fue en aumento así como el afinamiento de su gusto estético, lo que le llevó a buscar maestros idóneos. Es como tuvo  contacto con los ateliers de Monvoisin, Delacroix y Delaroche. Su permanencia en Europa le permitió viajar y conocer museos en los que se deleitó apreciando a los grandes maestros del arte universal antiguo y los de su tiempo, que entonces oscilaban entre el neoclasicismo y el romanticismo.

En 1841 retorno al Perú, en donde fue director de la Academia de Dibujo y Pintura de Lima , hasta 1846. Tuvo como discípulos a quienes serían más tarde  destacados pintores nacionales: Francisco Laso, Luis Montero,  Masías y Arrese.  De estos años son su cuadros: “Tapadas en el Portal”, “La Jarana”“La entrada del general Orbegoso a Lima”, “Fray Martín de Porras” y algunos otros con temática sobre costumbres limeñas. Fue retratado en Lima por el viajero y  pintor alemán Mauricio Rugendas.

Decepcionado del bajo nivel artístico que se practicaba en la capital peruana, viajó de retorno a París. Allí ingresó a estudiar en el taller del pintor romántico e historicista Paul Delacroix. Su mayor obra creativa pertenece a esta época: “Colón ante los sabios de Salamanca”, “La Aparición del Ángel a Tobías”, “La resurrección de Lázaro”, “La venganza de Cornaro”, “La Lectura del Quijote”, “La Cena de Emaús”, “Apertura del Testamento”, “La Venta del Collar”, entre otros lienzos.

Merino murió de tuberculosis, en París, el 17 de Marzo de 1876. Sus restos descansan en la capital francesa, en el famoso Cementerio de Pére Lachaise. Se espera que algún día el Estado peruano los repatrié, para formar con ellos y con los otros muchos  el panteón de los hombres y las mujeres que nos han dado gloria en las Bellas Artes.
Merino nunca contrajo nupcias ni tuvo descendencia conocida. Al testar legó 52 de las obras pictóricas  de su atelier personal  a la Municipalidad de Lima (exhibidas en Piura de forma extraordinaria  el 10 de octubre de 1964). Parte de su fortuna la destinó a su tierra natal, con la cual se construyó el primer puente de fierro que tuvo Piura (hoy conocido como “Puente Viejo”), la pila bautismal de la Catedral y otros valiosos muebles. Hoy en día,  algunas de sus obras maestras, pueden observarse  en el Museo del Banco Central de Reserva de la Plaza de Armas, en el Club Grau y en la Catedral de Piura. No se ha valorado en justicia todo el aporte de Merino al arte peruano. Este 194º aniversario de su natalicio  bien puede ser el principio para comenzar a hacerlo.




viernes, 7 de enero de 2011

TRASCENDENCIA DE LAS COMPETENCIAS PROFESIONALES

Por Juan Carlos Adriazola Silva*
Un tema central de la pedagogía del siglo XXI es aquel que tiene que ver con las llamadas competencias profesionales. Tema muchas veces incomprendido e investigado, inclusive por quienes son maestros de profesión. Para realizar el análisis de la definición de competencias profesionales, debemos partir por reconocer que el hombre es un ser biopsicosocial, donde el desarrollo de su personalidad como sistema se manifiesta en la unidad de lo cognitivo y afectivo. Por tanto, es de vital importancia comprender que las cualidades de la personalidad juegan un papel trascendente en la manifestación de las competencias y en el desempeño, partiendo de que éstas expresan las orientaciones del sujeto hacia el colectivo y las demás personas, orientación hacia el trabajo y orientación hacia sí mismo.
A partir de los estudios realizados por  investigadores de la educación, es decir, por aquellos que se apoyan  en un enfoque pedagógico, llegamos a definir  que las competencias profesionales son: un sistema de conocimientos, habilidades, valores y cualidades de la personalidad que se movilizan en función de las necesidades individuales y sociales, así como de los motivos, intereses y actitudes del profesional, que permiten el desempeño satisfactorio en el ejercicio de la profesión; y que sólo pueden ser evaluadas a través del desempeño, considerando las exigencias sociales.
Dentro de esta concepción pedagógica es fundamental comprender que los motivos, intereses necesidades y actitudes del individuo constituyen componentes importantes como motores impulsores de la construcción y desarrollo de las competencias, considerando -como diría Gonzáles Rey- que "éstas comprometen todas las potencialidades de la personalidad". Cabe diferenciar aquí –siguiendo al autor mencionado- que las competencias no son lo mismo que las habilidades. Las habilidades "constituyen el dominio de operaciones (psíquicas y prácticas) que permiten una regulación racional de la actividad".
Otro tema que merece nuestra atención refiere al valor. El valor es la propiedad de un objeto que satisface una necesidad, y esta necesidad se convierte en motivo si se activa en las personas. El valor es algo muy ligado a la propia existencia de la persona, que afecta su conducta, configura y modela sus ideas y condiciona sus sentimientos, actitudes y sus modos de actuar.
Por tanto, las competencias profesionales son aquellas competencias necesarias e imprescindibles para la ejecución de una determina la profesión, que se constatan en el desempeño profesional y se desarrollan en el proceso de profesionalización, comenzando en la etapa de formación inicial y continuando como un proceso dialéctico a un segundo nivel cualitativamente superior en su desempeño profesional.
Por supuesto para el desarrollo de estas competencias hace falta poseer conocimientos, habilidades, valores y cualidades que sirvan de sustento para el logro de dichos objetivos. Es decir conocimiento, producción de pensamiento y ejecución práctica comprometida socialmente con la labor que desempeña.
En este sentido, podemos decir que un profesional para que se considere competente, no basta con lograr un desempeño eficiente, sino que es necesario además que actúe con compromiso y responda por las consecuencias de las decisiones tomadas. Y esto debe ser posible, gracias a que la competencia profesional integra en su estructura y funcionamiento elementos de orden cognitivo y motivacional que se expresan como una unidad reguladora en la actuación profesional.
La definición de las competencias profesionales desde un enfoque pedagógico permite la interpretación coherente de las mismas, así como de los componentes que las identifican, las cuales se manifiesta en su propia estructura, de conocimientos, habilidades, valores y cualidades de la personalidad, modeladas en cada una de ellas. Los motivos, intereses necesidades y actitudes del profesional están implícitos en los indicadores  que se operacionalizan en la evaluación del desempeño pedagógico profesional y constituyen componentes importantes como motores impulsores de la construcción y desarrollo de las mismas.

(*) Doctorando en Ciencias de la Educación
       Escuela de Postgrado Universidad Nacional de Piura.

jueves, 6 de enero de 2011

MARIO VARGAS LLOSA

EN PIURA NACIO EL HOMO POLITICUS

                
                                                                                      Por Juan Carlos Adriazola Silva

El sentido del término homo politicus tiene sus orígenes en Aristóteles, quien consideraba al ser humano como un animal político. El filósofo griego creía que los seres humanos podrían alcanzar la perfección sólo a través de la interacción con sus congéneres y por medio de su participación en la vida de la polis. De ahí que Aristóteles creyera que la conducta del homo politicus está regida por un alto sentido de justicia, particularmente justicia política. Así, de acuerdo con estos preceptos, alguien actúa como homo politicus si a) persigue el bien común como su objetivo; b) hace las propuestas necesarias para alcanzar esa meta; c) ostenta la valentía para defender sus creencias y acciones, así como para afrontar los riesgos que esto conlleva. El homo politicus es aquella persona que asume el papel de observador ético y trata de considerar lo que es mejor para la sociedad de su tiempo. 
De acuerdo a lo anterior, que duda cabe que Mario Vargas Llosa es un verdadero homo politicus que sabe utilizar en los combates cívicos y políticos la mejor arma que tiene: la palabra. Vargas Llosa es un convencido que las ideas deben desempeñar un papel central en la vida política, las ideas deben abrirse a la imaginación, es decir, al cambio y al progreso. Desgraciadamente, está sucediendo en la vida contemporánea, que la política se convierte más y más en un pragmatismo despiadado, una simple técnica despojada de ideas, de grandes concepciones y, sobre todo, de moral con empeños exclusivamente prácticos y cotidianos. Cuando se entiende así la política, ésta se vuelve baja, vil y despreciable.
Vargas Llosa tuvo dos estancias en Piura una en 1946 y la otra en 1952. Como él mismo lo ha recordado innumeras veces, ambas estancias marcaron su vida y  su obra  con una huella imborrable. Sobre todo en su última estancia, cuando ya frisaba los 16 años, vio con sus propios ojos la realidad social de  Piura de la época: donde los poderosos hacendados piuranos eran dueños y señores de tierras, comercios e, inclusive de la vida de hombres y mujeres del campo. Sintió aquí, por primera vez, el clima de injusticia y desigualdad que gobierna, por lo general, la relación de los seres humanos. En Piura nació su homo politicus. En su época escolar, en el Colegio San Miguel, Vargas Llosa descubre, además, a Jean Paul Sartre como uno de sus autores favoritos y reconoce en él a un maestro desde que leyó sus primeros ensayos. Las ideas primigenias de Sartre sobre literatura y política y la vocación intelectual que debe orientar a  un escritor fue muy alentadora en esos años, sobre todo en un país como el Perú en donde los problemas sociales y políticos eran enormes, en donde todo estaba por hacerse.

El contexto social que el joven Vargas Llosa observó en Piura, hizo germinar en él la semilla de lo que luego se plantearía como una de las preguntas cruciales de su vida: ¿tiene sentido la literatura en una sociedad como la nuestra? Vargas Llosa responde que sí, porque la literatura es una forma de acción. Es lo que se ha llamado en los círculos intelectuales como “literatura comprometida”. Las palabras son actos decía Sartre. A través de lo que se escriba se puede cambiar la historia. La literatura no es gratuita. La literatura desencadena procesos, ayuda a cambiar la consciencia, la sensibilidad de la gente. Y, mediante estas conciencias formadas por buenos textos literarios, se puede actuar sobre la realidad, sobre la sociedad, se ésta local, nacional o internacional.

Cuando años más tarde, Sartre cambió de ideales y se apegó cada vez más al comunismo, Vargas Llosa se apartó de él y de sus ideas. Otro intelectual francés vendría a orientar su pensamiento, su nombre era Albert Camus, quien pregonó su anticomunismo en estos términos: “No aceptó que en nombre de una sociedad futura, que será el paraíso, se cree un infierno en la tierra. No aceptó que en nombre de la felicidad futura se sacrifique, se torture, se mate a las generaciones presentes. No es el fin el que debe justificar los medios, son los medios los que deben justificar el fin”. Vargas Llosa admiró a Camus por su coraje, por su lucidez política. Admiró en él, su defensa de la ética, de la moral como instancia superior de una ideología. Esta es la idea directriz que ha regido desde entonces  hasta nuestros días el pensamiento político de Vargas Llosa. De haber escogido el camino contrario, el de la idea de la política completamente independiente de toda preocupación ética y moral, se habría convertido en un defensor acérrimo de la barbarie, de la negación de los valores esenciales de la civilización.

Si bien al comienzo de la revolución cubana Vargas Llosa pudo haber estado de acuerdo con sus postulados, luego se apartó de ellos cuando Fidel Castro se volvió un dictador. Y, según ha sostenido Vargas Llosa desde entonces, los dictadores representan, sean de izquierda o de derecha, el totalitarismo, la violencia, la intransigencia, la tradición más negra y la más cruel de la humanidad, el mal absoluto para una nación. Por eso ha combatido desde los años 60 a dictadores con trascendencia internacional como  Castro, Pinochet, Trujillo, Stroessner o Mao Tse Tung. Y en el Perú, a dictaduras como  la de Odría o la de Fujimori.

La  evolución política que se aprecia en la vida de Vargas Llosa, nos dará un derrotero exacto de su pensamiento político. De joven se inició como militante ideológico del Partido Comunista del Perú, luego estuvo  de tránsito por la Democracia Cristiana, y, con los años, se convirtió en un liberal, que es la mejor forma que él se define ahora políticamente.

Por otra parte, la intervención de Vargas Llosa en la política activa del Perú tiene hitos en los que ha tenido un rol importante, y en los que algunas veces a saboreado las mieles del éxito, en otras la amargura de la derrota: miembro principal de la Comisión que investigó a los periodistas asesinados en Uchuraccay (1982), su lucha contra la estatización de la banca y del sistema financiero durante el primer gobierno de Alan García (1987), su candidatura presidencial liderando el Movimiento Libertad y el FREDEMO (1990) o, últimamente, la presidencia de la Comisión encargada de la construcción del Lugar de la Memoria (2009-2010). Sin embargo, en cada una de sus intervenciones, Vargas Llosa ha demostrado solvencia moral, coherencia con su pensamiento y defensa permanente de los más altos ideales que, en el mundo, enarbola la causa de la justicia, la democracia y la libertad.

En Vargas Llosa el homo políticus que nació en Piura, está  latente y  sigue nutriéndose de nuevos ideales; y aunque algunas veces ha querido  apartarlo de su vida, nunca ha podido lograrlo, es seguro que él lo acompañará fielmente hasta sus últimos días, para continuar escribiendo con la misma honestidad y transparencia con la que lo ha hecho hasta ahora.